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¿Para qué buscamos acrecentar aún más todos los estándares de la exitosa Alianza del Pacífico? Es decir, ¿para qué pregonamos la libre circulación de bienes, servicios, capitales y personas entre los países que integran el bloque? ¿Para qué la Alianza le pone tanto empeño a la diversificación de los mercados?

Ya sabemos que se quiere maximizar la plataforma de relacionamiento internacional, a fin de atraer más inversiones en Chile, Colombia, México y Perú, sus Estados miembros. Pero todo lo anterior no puede solamente aplaudir el mejoramiento de la extracción de la rica materia prima con que contamos y en forma abundante, o la colocación de los productos industriales en un mayor radio del comercio planetario o, finalmente, la mejor ubicación del capital financiero excedente. No. La Alianza, para ser realmente exitosa y pueda justificar su razón de ser, debe apuntar hacia el mejoramiento de la calidad de vida de los más de 250 millones de personas que la integran. Las cifras actuales, como ser considerada la octava economía del planeta, contar con un PIB per cápita de 13,233 dólares, sumar casi el 39% del total de ingresos de América Latina, constituir el 50% del comercio latinoamericano, sumar el 49% de las exportaciones de la región y haber logrado liberar del pago de aranceles o impuestos a la importación, al 92% de los productos de los cuatro países miembros, son prometedoras.

La Alianza, entonces, debe tener alta sensibilidad social para apuntar hacia la redistribución de la riqueza, tarea de sus gobiernos. La Alianza debe apuntar hacia el decidido proceso de internacionalización de las pequeñas y medianas empresas. Esa será la evidencia de su tarea de fondo, esencialmente inclusiva, como bloque de todos y para todos sus miembros.