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Fuerza Popular ya tiene un poder del Estado en sus manos por los próximos cinco años. Tal triunfo a medias no ha fortalecido a Keiko Fujimori, sino que la enfrenta a los demonios más autoritarios que el fujimorismo blandió cuando tuvo, como será hasta el 2021, el control absoluto del Congreso. Los antecedentes abundan y serán el peor obstáculo para la candidata en esta segunda vuelta. El desprecio a las minorías de Becerril y la puerta grande de Chacón han sido lo peor para ella, que dice liderar un fujimorismo supuestamente formateado.

Keiko Fujimori comienza esta carrera con muy poca cosecha, si nos fijamos en las encuestas que dan la largada del balotaje. Cotejando votos de primera vuelta, ella solo sube entre uno y cuatro puntos; PPK duplica su intención de voto y recoge a los antis que serán cruciales, aunque no definitivos, para sus aspiraciones presidenciales.

Se enfrentan aquí dos derechas, la liberal (PPK) y la populista (KF). Allí Kuczynski tendrá el trabajo más duro. Es probable que varios votantes de Verónika Mendoza, así la izquierda crea lo contrario, terminarán votando por Keiko. Hay un hilo conductor entre ambas: el populismo. Al votante promedio no le importa si va por la derecha o por la izquierda, si las políticas son populistas y de explícito asistencialismo.

El otro gran problema para Keiko es que, pese a los esfuerzos que inició en Harvard, su capital político se sostiene en lo que hizo su padre preso. No puede aún transmitir una solvencia tal que la distancie de la corrupción, el autoritarismo y los graves abusos que el fujimorismo carga como pasivo político.

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