Falta poco para que la administración de Pedro Pablo Kuczynski cumpla un año al frente del país, y de las reformas del Estado hay muy poco (casi nada). Sobresalen los males políticos y en ese camino el Gobierno va perdiendo un tiempo valioso para todo inicio de gestión: la luna de miel con los electores. Puede y debe dar un golpe de timón, porque no puede pasarse todo el lustro renegando de su suerte.

Por un lado está el entrampamiento político con la mayoría de Fuerza Popular en el Congreso de la República, que al mínimo error -voluntario o no- de cualquier sector del Gobierno llama a la trituradora de la interpelación al respectivo ministro, para luego ponerle el puntillazo final de la censura, si es que antes este no ha renunciado. Por el otro, las balas que, ingenuamente, la propia gestión le carga al rival.

En el caso más reciente, como Chinchero, ha sido el propio gobierno el que ha terminado dando vueltas en trompo sobre su propio piso. Esto ha llevado a que por su propio peso salga un ministro estratégico como Martín Vizcarra, a la sazón primer vicepresidente de la República; y ahora ha puesto en la picota a Alfredo Thorne, nada menos que el ministro de Economía y Finanzas.

Hay tropiezos en política que pueden degenerarse en caídas estrepitosas, y esperemos que los constantes deslices de la administración de Kuczynski no lleven al descrédito absoluto frente a la población, que esperaba mucho más de un gobierno pragmático y más resultadista que palabrero. Por lo pronto, se ve ensimismado con lo político y no ve luces de salida, hasta ahora.

A un poco más de un mes del primer aniversario de la era Kuczynski, ojalá que el Presidente evalúe si continúa en su plan de enfrentamiento y tropiezos voluntarios o si empieza por el diálogo con la oposición para comenzar las reformas que requieren las instituciones del Estado. Después de un lapso determinado las cosas pueden ir peor, y eso no le conviene al país.