Un hecho policial ocurrido en las últimas horas en San Martín de Porres puede ser, según como lo veamos, uno más de todos los que suceden a diario y que nos muestra crudamente la prensa, o un ejemplo de cómo un negocio -en este caso una pequeña cebichería- puede cerrar sus puertas ante la imparable ola de violencia y la impunidad que da a los delincuentes un sistema de justicia en el que los peruanos cada vez confían menos.

Al local de Paola Chávez lo han asaltado por lo menos 50 veces. El último atraco en que los hampones usaron botellas rotas para arrebatar sus pertenencias fue registrado por cámaras de seguridad. Cansada de tantos robos, la empresaria dijo ante los periodistas que la entrevistaron que estaba pensando cerrar el negocio que abrió con tanto entusiasmo, pues resultaba absurdo seguir invirtiendo y trabajando para los delincuentes.

Para aquellos que creen que la ola de violencia que padecemos no afecta a la economía, esta es una muestra de que están equivocados. Lo vi también en Trujillo hace unos años, cuando la extorsión llevaba a los transportistas a no expandir sus negocios con más rutas y más unidades, a los constructores a no levantar paredes para no tener que lidiar con los “sindicatos” de hampones y a los zapateros de El Porvenir a pensarlo diez veces antes de exponer y promocionar sus productos y su negocio por temor a ser chantajeados.

La delincuencia y la falta de control por parte de la Policía y su sistema judicial generan un daño mortal a la economía y al crecimiento. El dinero de los inversionistas se instala solo en cualquier lugar donde hay estabilidad política y jurídica, pero también donde la gente que pone su plata en un negocio no suele ser víctima de atracos, de extorsiones y de un sistema judicial que deja en libertad a los hampones que logran ser capturados.

Es de esperarse que desde julio del próximo año, el gobierno que tome las riendas del país cumpla con poner en jaque a la delincuencia común que agobia a los peruanos, como el terrorismo en los años 80 e inicios de los 90, y que en el mediano y largo plazo podría desalentar a quienes, con su entusiasmo y el dinero que invierten, son los que generan empleo y crecimiento que tanto necesita el país para consolidar la prosperidad que hemos comenzado a saborear hace unos años.