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Ayer se conmemoró el Día del Adulto Mayor, es decir, lo que técnicamente se refiere a quienes tienen 60 años o más. Pero como a alguien avispado se le ocurrió la misma fecha para el Día del Café Peruano, los adultos menores quedaron, una vez más, invisibilizados. Ya ni en su día nos acordamos de ellos.

Su drama empieza porque en el Perú, con su 10%, los adultos mayores constituyen una minoría que no tiene peso en las elecciones. Por eso todas las ofertas electorales van para los jóvenes. Y muchos de ellos, ya ni tienen obligación de votar. “¿Para qué perder el tiempo con ellos?”, piensan los candidatos.

Muchos sufren abandono en sus años terminales, a pesar de que, en otros muchos casos, son responsables de la crianza de niños y jóvenes. Y ni qué decir de su inserción en los mercados laborales. Imposible que consigan un empleo decente, aunque tengan sus facultades todavía bien. Su natural desfase con las nuevas tecnologías acelera su “obsolescencia”, pues en una sociedad que privilegia la destreza para manejar un smartphone sobre la experiencia, es imposible que compitan con el millennial promedio. Hasta en las universidades, con la nueva Ley Universitaria, se les discrimina ahora y no pueden impartir clase si el DNI dice que no, aunque su sapiencia diga que sí.

Los adultos mayores necesitan respeto, consideración y estima verdadera. Sentirse que aún valen, que todavía pesa su voz. Hay que saldar este déficit. Más aun en un país donde el hombre más poderoso es hoy uno de ellos. Gran ejemplo el del presidente actual. Ojalá utilice ese cargo para darles a otros como él, la oportunidad de seguir en la brega. Que no sean invisibles.

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