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Extraña semana la que acabamos de vivir, en la que el reconocido como mejor ministro de la gestión pasada y presente deja el cargo bajo el imperativo de un Congreso que ya no tiene descaro en mostrar sus verdaderas intenciones, hacer tambalear un gobierno legítimo y democrático cuyo pecado más grave fue tumbarse la bien montada y financiada candidatura de una candidata que no se resigna a perder.

Pero la verdad es que la señora Keiko Fujimori perdió y volverá a perder las veces que sea necesario mientras la mayoría de la ciudadanía siga identificando al fujimorismo como ese cuerpo de intereses de corto alcance que se empecina en perpetuar la dinastía de un presidente que cometió los suficientes deméritos para estar donde está hoy.

Ya empiezan las marchas de protesta y cada vez serán más nutridas. Tanto así que los futuros candidatos a la Presidencia ya alistan sus estrategias basándose no en la crítica al Gobierno sino al Congreso.

A estas alturas, hasta los que dudaban están viendo que a cierta candidata no le interesa el bienestar de la educación ni del país tanto como sentarse a sus anchas en el poder para hacer del Perú sabe Dios qué capítulo de un libro que no quisiéramos volver a leer.

La Keiko de la sonrisa marketera de las elecciones dio paso a una habitante de las sombras o de “el lado oscuro”, para estar a tono con el regreso de las batallas épicas entre el bien y el mal.

De otro lado, la debilidad en la que está cayendo el Presidente está cosechando una legión de decepcionados. Quien se alzaba como alternativa al fujimorismo ahora tuerce el brazo a sus caprichos. Y eso difícilmente será tolerado.