A medida que se acerca el 2016, la clase política, lejos de lanzarse a la acción para convencer a los electores con sus propuestas, agudiza su letal estilo de discutir, agredir y culpar al otro de todo lo malo.

Lo hemos visto en los últimos días. Nadine Heredia ha dicho que los apristas y fujimoristas han tenido y tienen vínculos con el narcotráfico. Kenji Fujimori salió con la pierna en alto contra Alan García y comentó que este sacó a narcos de las cárceles y los puso en las calles. Alberto Beingolea no atacó al expresidente, pero sí opinó que sería el mejor candidato para encabezar el Congreso.

Muchos creen que pueden ganar gracias a los antecedentes del otro o al error del rival. Quieren ir al frente sin dejar de enrostrarle su pasado al contrincante. No se preocupan por producir un encanto masivo entre la gente sino en hacer crecer la imagen negativa del otro.

Hay mucho ombliguismo en los políticos; creen que lo que les importa también le interesa a la gente. La torpeza de los políticos produce este tipo de actitudes, saturadas de desprecio por las lecciones de la historia. Las peleas entre candidatos han hartado a los electores, que han preferido algunas veces a un desconocido sin ideología, sin plan y sin nivel de estadista.

En estos momentos, casi todos los políticos están embarcados en un proyecto que plantea llegar al poder. Algunos pugnan por la Presidencia de la República y otros por llegar al Congreso. La mayoría sufre de recurrentes ataques de ira. Muchos insultan y atacan tal como se hace contra un enemigo mortal. Es momento de pedir que ponderen el equilibrio, la ecuanimidad y las buenas ideas.