No llega a los tres años de su pontificado -los cumplirá recién el próximo 13 de marzo- y el papa Francisco lleva en su haber doce viajes por el mundo. Su Santidad, Bergoglio, el 266° jefe de la Iglesia católica, esta vez ha vuelto a cruzar el Atlántico desde el Vaticano para llegar a México, el país con mayor cantidad de católicos (93 millones) en América y también el más convulso. Hizo escala en La Habana para sostener un histórico encuentro con el Patriarca Kirill, jefe de la Iglesia ortodoxa rusa. El impacto de esta reunión lo analizaré en otra columna, pero es evidente que Francisco, un actor por excelencia de las relaciones internacionales, conoce y valora el significado de la variable “oportunidad”, además tan ligado a la diplomacia un campo de enorme fama en la historia vaticana. El Papa ha llegado a tierras aztecas en momentos en que el país vive un clima de violencia estructural a todo nivel. La muerte de 50 reos en un reciente motín en la cárcel de Monterrey, al norte del país, no resulta el mejor contexto para sus actividades pastorales, pero Francisco es un Papa bastante terrenal y, como tal, valiente y lleno de retos. El Estado mexicano está sumido en un abismo con una profunda crisis y sus instituciones adolecen de credibilidad. Inestable y con una gobernanza debilitada y deficitaria, destaca la impunidad en el caso de los 43 estudiantes desaparecidos y pegado a ello, el narcotráfico que lacera al país transversalmente, más allá de la nueva detención de “El Chapo” Guzmán, amenazándolo en convertirlo en un narco Estado. Enorme reto para el Papa, quien buscará con su mensaje firme allanar el camino hacia la paz para un México penosamente ensangrentado.

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