El perdón es la manifestación más hermosa del amor de Dios y el papa Francisco acaba de anunciar la concesión de un permiso temporal para que los presbíteros puedan absolver del “pecado de aborto a quienes lo han practicado y que estén arrepentidos de corazón”. Francisco no está legitimando el aborto. No, y así no debe ser leído; sin embargo, qué duda cabe que el Sumo Pontífice acaba de dar un salto con garrocha respecto de la trascendencia del perdón para aquellos que practicaron el aborto. La actitud de perdón que debe estar permanentemente en la vida del hombre, nos trae a la columna aquel pasaje bíblico cuando se consultaba qué hacía Dios en el cielo en pleno estadio de la eternidad y la respuesta era que yacía ocupado perdonando los pecados de los hombres, también por siempre. Más allá de que el perdón en los tiempos en que Jesús de Nazaret lo enseñó fue revolucionario pues decir “ama a tu enemigo” era un mensaje que trastocó la concepción hasta ese momento imperante en el marco de un derecho que se confundía con la moral basado en la venganza, lo real y concreto es que el Papa se ha convertido en un actor del mayor realismo social cristiano. Reconoce la situación, no la elude como se hacía en el pasado, la afronta y sobre todo le da una solución. Nada como contar con el alma en paz. Más allá también de que esa actitud del perdón sea practicada durante el próximo Jubileo de la Misericordia o Año Santo (2016), Francisco está poniendo en la mesa una visión innovada sobre un tema realmente sensible y eso es bueno. La Iglesia en algún momento tendrá que abordar el aborto ensanchando el debate sobre sus causas y consecuencias.