El ministro del Interior, Carlos Basombrío, parece haber encontrado en la violencia en el fútbol un bálsamo revitalizador. Se trata de un problema que, contra todo pronóstico, podría resolver. Es claro que todos, en su sano juicio, aplauden que el titular de dicha cartera enfoque su mirada hacia un problema que nos viene vulnerando desde hace tantos años. Lo curioso es que el ministro parece enfocar el tema con una mano dura que no está regida por la lógica, sino por la pasión propia de un barrista. A mitad de semana soltó una propuesta bañada de populismo y demagogia, dijo que si la violencia continuaba los partidos se terminarían jugando a puertas cerradas. Su lectura es, por demás, superficial y negligente. A ese paso, no tardará en llegar el día en que, por cuestiones de seguridad social, se prescinda del fútbol.

El viernes, Basombrío aterrizó un poco mejor sus ideas respecto a un tema tan complejo, pero continuó dando luces acerca de lo poco que se ha sumergido en esta situación. Hay dos puntos en los que coincidimos con él. Los partidos de fútbol, al ser espectáculos deportivos privados, deben contar con seguridad privada, la misma que debe correr por cuenta de los organizadores. La seguridad dentro de los estadios debe correr por cuenta del club, no del Estado. También creemos que los hinchas deben ser empadronados y que regalar entradas no solo es injusto, sino que es injustificado y peligroso. Por supuesto, vemos saludable la advertencia de que si los vándalos generan algún destrozo o problema, los partidos serán suspendidos. Todas esas posturas son acertadas y valiosas, y su puesta en marcha debe ser inmediata.

Sin embargo, la lógica que el ministro emplea para justificar ciertas medidas que se pusieron en marcha hace ya varios años es lamentable. Para Basombrío, en los estadios se decomisan las correas para evitar que se agarren a hebillazos, se suprime el uso de banderas porque esto provoca “enfrentamientos” (¡!) y los bombos no van más porque dentro de ellos se ingresaba droga a la tribuna. Meter a todos en un mismo costal es una aberración habitual en este país, ¿por qué les quitan las correas a los miembros de una familia?, ¿se justifica eso? Es un partido de fútbol, es un enfrentamiento en sí, ¿cree Basombrío que sin banderas no hay disputas? Por último, ¿le cuesta tanto a la Policía verificar si un bombo tiene droga en su interior? Hasta un perro antidrogas de medio pelo bastaría para solucionar eso. El ministro tiene buenas intenciones, pero cree que se metió a resolver un problema simple y superficial, debe empezar por entender que no todos los que asisten a los estadios son hampones y salvajes, alejarse del facilismo y emprender una auténtica campaña para erradicar el lastre de la violencia de nuestras canchas, no claudicar ante los problemas, no colaborar para que el fútbol siga muriendo.