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En su momento nos alegró que, finalmente, se haya logrado un acuerdo de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), después de más de 50 años de fuego cruzado, pero lo que ignorábamos es que la voz del pueblo -que en cualquier parte del mundo es la voz de Dios- entonaba una canción disímil a la del presidente Juan Manuel Santos.

La discordancia mayoritaria, opacada por los aplausos protocolares de gran parte de los gobiernos vecinos que festejaban semejante pacto pacifista, corría inexorablemente tierra adentro, sobre todo por los sectores urbanos colombianos, hasta alcanzar el 50.21% dibujado en el “No” del domingo.

Las encuestas, todas sin excepción, que hasta la víspera pronosticaban una victoria segura del “Sí”, ya no podrán alardear de que en sus números son extensos y que a ellas nadie las corrige porque, simplemente, han hecho un papelón. Polimétrica hablaba de 62%, Datexco daba 55%; e Ipsos Napoleón Franco, 66%; cifras distantes de la realidad que arrojó la consulta popular.

No faltarán quienes aleguen que en todos lados se cuecen habas y que, por ejemplo, en el Perú, una encuestadora dio como ganadora a Keiko Fujimori en las últimas elecciones presidenciales, en desmedro de las pretensiones de Kuczynski -que hoy es el jefe de Estado-; empero, jugar con las ilusiones de paz de un país, que perdió a 220 mil ciudadanos en el conflicto armado, ya es demasiado.

Lo que se viene sobre el acto es una renegociación, que no ha de ser fácil porque de por medio estará, entre otras cosas, el statu quo que pretenden alcanzar las FARC como partido político, y que fue uno de los puntos que alimentó la negativa a la implementación de la transacción.

Ellos, los guerrilleros redimidos, con Rodrigo Londoño Echeverri (“Timochenko”) a la cabeza, se habían asegurado cinco escaños en ambas cámaras del Congreso de Colombia y ya cantaban victoria; no obstante, con ese 49.78% de las ánforas, recibieron un baldazo de agua fría que los hizo pisar tierra y ahora tendrán que hacer algunas concesiones de cara a un nuevo documento de paz, si es que mantienen su espíritu de conciliación por supuesto. 

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