La dramática situación que vive el país debido a las lluvias y los desbordes causados por un llamado “Niño Costero”, que nadie fue capaz de predecir pese a la tecnología y los recursos existentes, implica un reto para todos los peruanos, desde las autoridades de los tres niveles de gobierno hasta los ciudadanos de a pie, pasando por la empresa privada y los políticos de siempre, que no pueden hacerse a un lado en medio de tanta desgracia que nos golpea.

El gran reto del gobierno debe ser afrontar la emergencia, asistir a los damnificados como lo viene haciendo en parte con el apoyo de las Fuerzas Armadas, y luego generar las condiciones para la reconstrucción con rapidez, eficacia y honestidad. Los gobiernos regionales y municipales tienen una función similar, así como trabajar en medidas de prevención para evitar que en el futuro tengamos que vivir desgracias semejantes.

No obstante, para los peruanos no todo debe ser estirar la mano para que la autoridad nos asista. La gente de pie también tiene mucho que hacer, como evitar la construcción sin permisos oficiales en zonas ribereñas o quebradas, y no ponerse en riesgo adicional en momentos de peligro. Lo visto en el puente Huaycoloro, en que la gente trataba de apoderarse de cilindros de plástico, ha sido una patética muestra de cómo muchas personas no miden los riesgos y complican el trabajo al Estado.

La empresa privada tiene mucho que hacer en momentos de emergencia. Cuenta con la gran posibilidad de colaborar con su país, que hasta el momento ha perdido a 62 personas desde diciembre, según reporte oficial. Toda ayuda será bienvenida por los peruanos, que también debemos estar atentos para denunciar a quienes en medio de la tragedia se atrevan a subir sus precios y sacar provecho en los peores momentos de los últimos años para el país.

Es de esperarse que en los próximos meses y años los peruanos, con el gobierno central a la cabeza y sin políticos figuretis buscando rédito y votos, podamos hacer un buen trabajo para recuperar lo perdido y prevenir futuras desgracias, de una forma muy diferente a lo sucedido tras el terremoto de Pisco y Chincha en agosto del 2007, en que pocas cosas se hicieron bien, en perjuicio de quienes lo perdieron todo y casi nada recuperaron.