Una completa vergüenza enterarnos, a propósito del próximo Concurso Mundial de Bruselas que esta vez se realizará en Chile, que desde hace más de 10 años nuestro preciado pisco, licor de bandera nacional, ingresa en el mercado chileno como aguardiente de uva. Pero más vergonzoso es que 18 empresas peruanas -hasta ahora solo cinco han desistido- aceptaran las imposiciones sureñas para participar renunciando a nuestra histórica denominación de origen PISCO. Los empresarios, sus asesores comerciales y los opinólogos que lo justifican creen que este asunto es comercial. Les falta mucha lectura y eso es imperdonable. Lo voy a explicar. Después de la derrota de la guerra de 1879 jamás contamos una verdadera política de Estado para elevar el ego nacional y así doblegar aquella impronta. Gran parte de nuestra clase política a lo largo de la vida republicana ha sido mediocre, sin compromiso por la reconstrucción de nuestro imaginario nacional, por eso hoy seguimos impactados por el estrago de aquella derrota, siempre genuflexos y hasta tildados en la región de “gallinas”, cuando no lo somos porque si algo nos dio la infausta guerra fueron héroes y en grandes cantidades y no como a Chile que solo tuvo a Prat, surgido de la pluma del grandioso Grau a Carmela Carvajal, la Vda. del marino chileno, en aquella carta en la que, para aliviarla del dolor por su muerte, entra en éxtasis refiriéndole generosas proezas en el combate de Iquique. En lo que al Perú toca, entonces, tenemos que creernos lo grande que somos y el Estado es el único responsable para encausar nuestra identidad nacional a través de una revolución educativa que NO EXISTE, donde el nacionalismo sea transversal y trascendente en todos los peruanos, los de arriba y los de abajo. En cuanto a Chile, todo lo que ha sucedido con el pisco desnuda, una vez más, su histórico complejo sobre el Perú. Los sureños suelen decir con añoranza que su país no cuenta con nuestra grandeza histórica. También lo voy a explicar. Mientras que por el Tahuantinsuyo y las culturas regionales anteriores fuimos una alta cultura; los indómitos araucanos y mapuches, sin discusión, fueron culturas inferiores. El Virreinato del Perú fue el centro del poder español en América. Lima, la Ciudad de los Reyes, gozó de privilegios que no tuvo ninguna otra del continente. San Marcos (1551) contó con las mismas preeminencias que la Universidad de Salamanca (1218), la más antigua de España. Para conseguir el codiciado estatus social, los chilenos debían pasar por el claustro sanmarquino y jironear por la Ciudad Jardín. La suerte de Chile fue otra: tan solo una Capitanía General con atributos muy limitados. Cuando invadieron Lima (1880), lejos de asaltar las casas de moneda o los comercios, saquearon nuestras bibliotecas y llevaron como botín de guerra más de 50,000 incunables de nuestra memoria nacional. Súmele que les encanta nuestra música -Lucho Barrios, nuestro bolerista, fue su ídolo- y últimamente les ganamos en la Corte de La Haya. Pero mejor que lo diga Isabel Allende, hija del expresidente izquierdista golpeado por Pinochet, en su libro Mi país inventado: “El chileno tiene un complejo de hace mucho tiempo, racialmente quiere ser argentino y culturalmente peruano”. Nada de antichilenismos. A los que lo son los mando lejos cuando me piden que azuce para que se vayan las empresas mapoches en las que muchos jóvenes trabajan part time para solventar sus estudios.