Argentina, con Mauricio Macri a la cabeza, ha dado el primer paso para liberarse de un pesado yugo iniciado hace más de 12 años. Y digo solo el primero porque el alcalde bonaerense tendrá que poner en marcha una fina y férrea política de alianzas para desmontar, poco a poco, el andamiaje populista y clientelar del kirchnerismo.

Argentina no ha alcanzado los niveles autocráticos y desastrosos de Venezuela, pero el de Macri será un delicado experimento político y económico para desandar con el menor costo posible la grave situación a la que ha arribado esta nación tan rica en recursos pero tan vapuleada y empobrecida por malas políticas.

Tirarse abajo los modelos mercantilistas y populistas (como el peronismo) conlleva esa enorme dificultad. Si Macri tuviera que actuar con plena responsabilidad y, por ejemplo, decidiera echar a andar un plan de ajuste, seguramente tendrá al frente una enorme oposición del peronismo organizado y sindicalizado, que en su momento no tuvo inconveniente alguno en convivir con un crecimiento económico real cercano a cero.

Acaso la principal virtud que puede exhibir el presidente electo sea acostumbrar a sus compatriotas a escuchar la verdad tal cual, y no la que la señora Kirchner creó artificialmente.

Empezando con las estadísticas oficiales sumidas en el descrédito desde hace casi nueve años. Para los organismos internacionales, Argentina terminará este año con un crecimiento del 0.4%, y se contraerá 0.7% el 2016 (para Cristina, este año se cerrará en 2.8% y se proyecta 3% para el siguiente). Ni qué decir del gigantesco déficit fiscal maquillado y la inflación (para el Gobierno esta no alcanza el 12% al mes de octubre, mientras que la real se calcula en más del doble). Algo parecido tendría que ocurrir con el sinceramiento del tipo de cambio.

Así, el primer gran reto que enfrenta el nuevo Gobierno será empezar a hablar con la verdad a los argentinos.