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Hay que tener cuidado porque más de uno en el entorno de Kuczynski puede caer invadido por el síndrome de Nadine Heredia, es decir, por la patología de la ambición de un poder ajeno para el que nunca fuiste elegido. El presidente electo es PPK y eso tiene que quedar claro desde el inicio, a pesar del evidente intento de “triunvirato presidencial” con aquellos que el mismo presidente llama, cariñosamente, “Mechita” y “Martincito”.

El problema surge cuando el poder, que por naturaleza es indivisible (imperium nullum nisi unum), termina fragmentándose en reinos de taifas acaudillados por pequeños monarcas que se creen los dioses tutelares de su respectivo feudo político. Kuczynski tiene que hilar muy fino para comprender que allí donde no llega su poder, allí donde no alcanza la piel de león, debe añadirse la del zorro. Para eso, por supuesto, tiene que aprender a pactar. Sin embargo, es imposible creer en los juramentos de los políticos que todo lo ven broma y que son incapaces de pedir perdón. Plistarco, rey de Esparta, hijo de Leónidas, le dijo a uno que se dedicaba a ser gracioso: “Guárdate, amigo, de bromear continuamente, para que no te conviertas en una broma tú mismo, como también quienes ejercitan de continuo la lucha se convierten en luchadores”. Gobernar no es ejercitarse en la broma. Gobernar es alejar del círculo íntimo a los ayayeros que buscan polarizar con el fin de hacerse indispensables. Para que el presidente electo gobierne bien es preciso que tenga menos orgullo o más poder. De lo contrario, los clones de Nadine Heredia, los que se creen presidentes por la cercanía con el Presidente, coparán su círculo íntimo, penetrarán en el gobierno y serán los causantes de la más absurda carcajada final.