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Una persona yace en cama fundamentalmente por dos cosas: tiene sueño y debe dormir o está enfermo y debe recuperarse. Aunque enfermarse no es un pecado, el segundo escenario hace vulnerable, quiérase o no, a quien aspira a conducir al país más poderoso de la Tierra, que es EE.UU. Esto es puro realismo político de las relaciones internacionales. Lo voy a explicar. Si la señora Hillary Clinton está vigorosa para soportar el desgaste físico y mental que supone el alto cargo de Estado al que postula, pues el dicho “No solo hay que ser sino también parecerlo” es capital. Mirarla por un video camino al desvanecimiento en el marco del acto que recordaba el atentado terrorista del 11 de setiembre de 2001, en Nueva York, siendo cogida prácticamente en el aire por dos agentes de su entorno, viene siendo hábilmente administrado, y al máximo, por la campaña de su opositor, el republicano Donald Trump. Así es la política, un mundo en el que las fortalezas y las debilidades entran en juego. Mientras la candidata demócrata ha debido cancelar su viaje proselitista a California y ha sido obligada a recluirse en las afueras neoyorquinas por presentar un cuadro de neumonía, Trump y sus voceros sueltan sutilmente la idea de que para dirigir los destinos del país hay que tener las cualidades de Superman. Aunque recaer tampoco es una cuestión catastrófica, en el caso de Hillary, lamentablemente sí puede acumular en su contra un activo para menoscabarla, pues no solo se trata de la idea de una mujer débil, ya explotado por sus opositores, sino, y principalmente, la de mentirosa. Aunque no lo sea, ocultar la neumonía rápidamente refresca en el imaginario colectivo de los estadounidenses el secretismo que ha caracterizado a la exsecretaria de Estado cuando en esa posición utilizó su correo personal para ventilar asuntos sobre seguridad nacional, uno de los temas que más ha estresado a sus compatriotas desde el 11-S. Este es su verdadero talón de Aquiles.