No es el interés de este columnista tener un ánimo inquisidor en cada escrito, pero la urgencia obliga. El audio de la conversación entre Alfredo Thorne y Edgar Alarcón nos lleva de las narices al eterno despeñadero del lobbismo descarado, del arreglo bajo la mesa y la doble moral. Es insólito porque al margen de la poca eficacia de Thorne en materia económica, si algo no creíamos de él era que tenía una coraza ética plagada de fisuras. 

A estas alturas, el caso de Chinchero es un vendaval incontenible y sus vientos tempestuosos deberían llevarse no solo a Vizcarra y a Alarcón, sino también a Thorne y a Fiorella Molinelli. Está claro a estas alturas -post audio- que el gobierno de PPK se dedicó de manera incomprensible a sacar adelante por todos los medios posibles un proyecto cuestionado y perjudicial para los intereses del país. ¿Cuál fue la razón? Sin duda, el favorecimiento a empresarios privados vinculados al propio gobierno. 

PPK ha creado su propio Odebrecht. No ha necesitado un “Lava Jato” llegado de Brasil ni delaciones premiadas para reducir las penas. ¡El propio Thorne ya se delató! Y aunque el proyecto se frustró y no habrá cárcel, tendremos algo peor: una herida abierta en la esencia del régimen y la interrogante de si no estamos ante un gobierno que no fomenta la inversión privada, sino que se somete a sus designios y se arrodilla ante ella. En ese escenario, no se puede esperar al 28 de julio para refrescar un gabinete descarado en el que pueden haber figuras rescatables pero que ha tocado un insondable fondo.