La izquierda, experta en llevar agua para su molino, busca culpar a sus enemigos políticos de la corrupción de Odebrecht. Se impone señalar la diferencia entre el trigo y la cizaña. La línea divisoria entre los delincuentes de cuello y corbata y los trabajadores que prestan un servicio es clarísima. Unos se enriquecen espuriamente buscando un dinero mal habido. Otros desarrollan un trabajo profesional concreto, sin mediar ningún tipo de corrupción. No es lo mismo trabajar en una empresa sin conocer su entraña corrupta que participar activamente en saqueo al Estado. Durante tres gobiernos, Odebrecht fue una empresa que albergó a cientos de trabajadores peruanos honestos que solo querían alimentar a sus familias sin mancharse las manos en el fango de la corrupción.

De allí que sean tan miserables como cobardes las vocecillas progres que intentan presentar como culpables de la corrupción a todas las fuerzas políticas sin distinción y a todos los que mantuvieron una relación laboral con Odebrecht, a todos por igual, en un desesperado afán por salvar a la izquierda de su responsabilidad histórica. Si alguien promovió, se benefició y lucró con la corrupción brasileña, fue la izquierda caviar peruana. Gobernaron con el toledismo y se hicieron fuertes gracias al cordón umbilical que los unió por años a la podredumbre de Lula y sus secuaces. He allí su denominación de origen.

Por eso, hay que separar el trigo de los trabajadores honestos de la cizaña caviar que culpa a todos cuando les conviene. Para evitar que la izquierda aliada del capital brasileño (Favre) vuelva a reescribir la historia, como lo intentó tras la década de los noventa, urge denunciar con firmeza el contubernio que mantuvo con el lulismo corrupto y sus operadores empresariales. Es allí donde nace la verdadera corrupción de Odebrecht. 

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