La ONU acaba de formalizar la elección del Perú al Consejo de Seguridad (CS). Tengamos presente que todos los países del mundo tienen derecho a ocupar cargos en el seno del foro. Para no colisionar y evitar pugnas, los Estados no se hacen problemas y, muy bien organizados, se aseguran de que todos puedan ocuparlos en forma alternada. Eso es exactamente lo que ha pasado con nuestro ingreso en el CS. La elección peruana como miembro no permanente del Consejo -son diez- corresponde a la cuota de América Latina como bloque geográfico. Los permanentes son 5: EE.UU., China, Rusia, Reino Unido y Francia. El respeto de las cuotas para los Estados es sacramental y a ningún Estado en su sano juicio se le ocurriría querer doblegar una pétrea tradición diplomática de la ONU. Se trata, pues, de una importante elección que debemos maximizar, eso es verdad, pero debe quedar claro que no supuso ninguna negociación previa que pudiera advertir ponerla en riesgo.

En la ONU imperan reglas consuetudinarias que están forjadas en la práctica, por lo que no existe norma que la regule. Hemos sido parte del CS en los bienios 1955-1956, 1973-1974, 1984-1985 y 2006-2007. Ahora nos tocará integrarlo en el período 2018-2019. El viaje del canciller Ricardo Luna a la ONU en este marco sí es importante, porque es un actor político. En ese nivel de representación debemos darle el mensaje a la ONU de que el Perú asumirá con elevado interés su asiento en el CS. La ausencia de competiciones entre los Estados por ocupar el referido asiento está fundada en la buena fe, la buena vecindad y la cortesía internacional. Recordemos que el CS tiene por misión principal el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales; de manera que, para cumplir este cometido, puede emitir recomendaciones y, en caso de que los Estados pongan en riesgo la seguridad planetaria, adoptar desde embargos o sanciones económicas hasta el uso de la fuerza. Su poder, entonces, es estratégico por lo que debemos priorizar nuestra acción multilateral.