La estampa de Vicente Ugarte del Pino siempre evocó en mi mente la gesta de los avelinos, esos indomables guerreros caceristas que atrincherados en Breña combatieron sin descanso al invasor. Don Vicente siempre fue fiel a la noble tradición de esos patriotas que murieron defendiendo la integridad territorial. Era leal a su memoria y pertenecía, por su abuelo, el capitán Juan Vicente Ugarte Lobón, a esa gens de centauros que han sellado un pacto de sangre con el Perú.

Tras una larga vida entregada a la ciencia del Derecho y a la enseñanza en San Marcos, Universidad Decana de América, Ugarte del Pino, el jurista, ha partido a la patria celestial rodeado del amor de su familia y del cariño y la gratitud de varias generaciones de discípulos. Recuerdo el tiempo que dedicaba a sus alumnos en su hidalga casona barranquina bajo la sombra de su frondosa biblioteca. Allí aconsejaba con la auctoritas propia del jurista que ha elegido voluntariamente ese sacerdocio civil que es la docencia en el Perú.

Ugarte del Pino ha dejado tras de sí una estela fecunda. Don Vicente era un caballero cristiano, un hombre comprometido con la fe que heredó de sus ancestros. Precisamente por eso, porque el cristianismo siempre da fruto, la vida de este gran jurista peruano no ha sido estéril y ha dejado huella. Aquí, querido maestro, quedan todos tus alumnos, esos jóvenes avelinos que escuchando tu discurso aprendieron la lección. Gracias, don Vicente, por tu lealtad, por tu entrega al Perú y por tu fidelidad a la vocación universitaria. Todos los patriotas y todos los abogados tenemos, desde hoy, un poderoso intercesor en el cielo y un ejemplo cabal del modelo de juristas, del tipo de hombres que necesita el Perú.