La separación del cuestionado Omar Chehade de las filas del nacionalismo ha sido nada más que la acción lógica que tuvo que tomar Nadine Heredia luego de que el legislador adoptara en los últimos meses una postura de enfrentamiento hacia sus líderes, que no hacía más que evidenciar que el hombre estaba harto y a la espera de que lo boten para así alejarse de la llamada “pareja presidencial”, que se va quedando sola conforme se acerca la fecha del fin de su mandato.

Tengamos en cuenta que Chehade no era un legislador más en las filas del humalismo, pues si bien quedó con rabo de paja tras ser ampayado en “Las Brujas de Cachiche”, fue vicepresidente y además abogado del presidente Humala cuando afrontó el caso “Madre Mía”, del que salió librado una vez que los testigos se retractaron. Era pues uno de los congresistas de peso que en algo destacaba entre tanto “comeoro”, “robacable” y otros acusados hasta de violación sexual.

Una vez fuera de la bancada, y tras denunciar hasta amenazas de una funcionaria palaciega, Chehade ha empezado a narrar las intimidades de la “pareja”, cosas que lamentablemente no son tan novedosas para los peruanos, que en 2013 tuvimos que escuchar al jefe de Estado admitir que el suyo era un “gobierno familiar”, pese a ser esta situación anticonstitucional. Incluso el legislador y abogado ha hablado del delito de “usurpación de funciones”.

Al final del gobierno veremos quiénes son los pocos que se quedan al lado de Humala y Heredia, que desde que llegaron al poder parecen haber hecho todo lo posible por aislarse y hacer que la gente se les vaya. Debieron saber que los personalismos y la soberbia nunca han sido buenos compañeros en política, y menos cuando decidieron enfrentarse absurdamente a fuerzas rivales con cuadros mucho más cuajados que al final los pusieron contra las cuerdas.

La soledad de los Humala, que deberían agradecer que hasta ahora no se les vaya la vicepresidenta Marisol Espinoza, debe ser tomada como ejemplo por los políticos que hoy incursionan en este quehacer. Deberían ver su drama como el destino al que llevan la improvisación y el creer que el poder y la aceptación popular del inicio de un mandato serán para siempre, en lugar de tener más en cuenta palabras como “aproximación” y “concertación”.