Toledo es culpable hasta de lo que no hizo y bien merecido que se lo tiene. Y es que el “Cholo” ni por broma resultó “sano” y “sagrado”, como lo pintaba la irascible Eliane Karp y, precisamente, la ex primera dama también tiene mucho que responder, por lo menos para sus adentros, sobre la suerte que su esposo correrá bajo la acusación de haber recibido sobornos por 20 millones de dólares de la internacional de las coimas: Odebrecht.

A decir verdad, Toledo es una hechura de Karp, su mejor cerámica andante, y nada de lo que el exmandatario perpetró o dejó de tramar le suena ajeno a la antropóloga belga. El día en que Alejandro se topó con ella en la Universidad de Stanford y se produjo el clic, después de haber bajado de Cabana (y vendido tamales, lavado carros y lustrado zapatos para subsistir), literalmente cavó su tumba. ¿O me van a decir que Eliane ignoraba el dinero que salía y entraba de la billetera del papá de Zaraí (y de Chantal). “¡Pichón, wiflas, never in the life!”, como diría el otro cholo, pero este de acero incorruptible, Tulio Loza.

La caricatura que hacían Jorge Benavides y Carlos Álvarez de ambos rayaba con la perfección. Ídem. Tal cual. Así mismo. Karp Fernenbug rabiosa hasta para vestirse (ese tumi colgado de su cuello es legendario), y Toledo Manrique desencajado y embotellado en sus problemas existenciales; a veces ido de la realidad y, por ende, fácil de incurrir en el pecado (el secuestro y el hotel Melody), el escándalo (el avión parrandero) y la traición al juramento que hizo ante los espíritus incaicos en las alturas de Machu Picchu. Pachacútec debe estar con el indio revuelto. Este es el “Cholo”, hombres y mujeres del Perú.

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