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En un discurso inaugural de solo cuarenta minutos, Pedro Pablo Kuczynski empezó su mandato con una impronta fresca y menos acartonada, deslizando que puede ser esa una manera de hacer gestión pública bajo su mandato. Con un presidente que da la visión y unos ministros que conforman el equipo responsable de hacerla real. Menos caudillismo, más institucionalidad. Ojalá sea así y no solo una forma de discursear.

Los seis puntos que detalló PPK -que en realidad son ocho- son compromisos detallados y de los cuales habrá que pedir cuentas en cinco años. Me habría gustado una mención explícita a la descentralización, que pareciera que volvería a ser el patito feo de las prioridades mientras parecemos no notar que el interior del país se calienta cada vez más. Pero hay que avanzar, construir, lamernos las heridas y restañar los orgullos. Resiliencia es una virtud indispensable en una sociedad política madura. En políticos maduros, sean de partido o se manejen en el mundo intelectual.

Han pasado apenas horas de la toma de mando de Kuczynski y ya empiezan las discusiones menores. Si nos vamos a estacionar en quién se disculpó con quién y en quién aplaudió a quién, pisamos el palito y caemos en la celada de la izquierda. Mejoremos los estilos, cuidemos las formas y amarremos los perros. De acuerdo. Pero empecemos bien. Aquí lo importante es que PPK cumpla sus seis propósitos y el país avance con un modelo que empujamos desde los años noventa. Y cuyo enemigo es una izquierda que quiere, a toda costa y con todos los artilugios, echarlo abajo para reemplazarlo con lo que acaba de fracasar en Argentina, Brasil y, por supuesto, Venezuela. A no equivocar el enemigo ni olvidar por qué estamos peleando. Porque el 2016 ya es historia y el camino al 2021 ya empezó. Y allá debemos mirar.

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