El día de hoy recordamos la gesta de la proclamación de la independencia nacional por don José de San Martín que decididamente, luego de hacer lo propio en su tierra, Argentina, cruzó los Andes para concretar este objetivo sucesivamente en Chile y nuestro país. La proclamación no fue un acto cualquiera, consumó ad solemnitatem el acto jurídico de la declaración de la independencia firmada por los notables de Lima, 13 días antes, el 15 de julio de 1821. Lo cierto es que hace 194 años nos hicimos independientes de España forjándonos como Estado bajo los principios del uti possidetis de 1810 (las fronteras del Perú serán las que tenía cuando virreinato) y la libre determinación de los pueblos (consulta a las poblaciones fronterizas sobre a qué nuevo país querían pertenecer). La peruanidad es una consecuencia y no una causa e implica un estado de pertenencia a partir de la tierra que nos ve nacer y junto a ella, a la historia y cultura inscritas en el imaginario colectivo de nuestra sociedad haciéndonos un solo compacto grupo humano al que también pertenecen nuestros nacionales nacidos en el exterior. Todos somos peruanos, pero lo somos de un Estado en construcción. La tarea de lograrnos en la patria nuestra tiene un camino largo por recorrer. Estamos a poco de celebrar el bicentenario y no nos hemos esforzado lo esperado para hacer realidad nuestro sueño de la gran nación peruana que aún no somos. La fractura de nuestro proceso todavía nos hace sentir sus consecuencias. A Cáceres, durante la Resistencia de La Breña, los indígenas que lo seguían no lo hacían mirándolo general sino taita, que es otra cosa. Nuestro nacionalismo sigue siendo una utopía. La celebración del bicentenario puede amenguarlo si lo centramos en la educación, para ir superando los estragos del pasado para ser la patria que queremos.