La congresista Ana Jara, al asumir la presidencia del Consejo de Ministros, buscó dialogar con cada bancada ofreciendo una política de diálogo a cambio del voto de confianza a su gabinete. El escepticismo que la oposición tenía se basaba sustantivamente en considerar que Jara debía demostrar suficiente peso propio como para minimizar la política confrontacional agresiva y altanera de Palacio de Gobierno y de la esposa del Presidente de la República, el verdadero poder tras el trono en nuestro país.

El Congreso no le dio la confianza. Es decir, la mayoría de parlamentarios no votó por ella, pues logró evitar la censura solo por el voto dirimente de la presidenta del Congreso y la ausencia de cuatro parlamentarios.

Pero nada cambió. Al contrario, el gabinete se envalentonó y Humala, con una sonrisita burlona, alentaba los insultos de ministros impresentables, uno de ellos incluso con serios antecedentes de ser un vulgar asesino.

Y la pachanga seguía. Reglajes, conspiraciones, fugas de cómplices, aprobación de acusaciones contra rivales, y finalmente la lista de 60 mil espiados, hurgados, husmeados por el servicio de inteligencia.

Telón de fondo: Tía María no va. Conga no fue. La economía parada, empieza a crecer el desempleo, el descontento cunde y el desgobierno crece. Todo esto antes de un proceso electoral que muchos vaticinan como uno de los más violentos de la historia. La crónica de cómo puede lograrse, solo con ser un par de incapaces, traerse abajo un país que era considerado hace pocos años como el “milagro latinoamericano”. La historia les pasará la cuenta.