En el norte nos choleamos permanentemente y sin problemas. El uso peyorativo de la expresión está casi reducido al énfasis en el lenguaje hablado. Por lo demás, todo “mi cholito” es cariñoso. Lo advierto para reemplazar Toledo por Cholo, hoy que está de moda contar tu historia con el Cholo, testimonios de cuando en algún momento se nos cruzó en el camino, y constatamos lo mala persona que era. Nadie saldrá a contar alguna cosa buena suya, que seguro las tiene como cualquiera ser humano, por más corrupto que sea. Es que podría parecer que lo estás ayudando, justificando o minimizando la catadura moral del ahora prófugo -con recompensa- de la justicia. A mí no me da lástima el Cholo, tampoco contaré mi experiencia con él y el caso Zaraí. Mucho bien nos hubiera hecho conocer estas historias cuando eran frescas, cuando ocurrieron, cuando el Cholo tenía poder, cuando quería ser presidente o cuando ya lo fue. Ahora ya no sirven de mucho, no ayudarán a capturarlo ni a hacerlo más malo de lo que ya es. Ahora nos podemos parecer a ese cazador abusivo que remata a su presa a 2 metros de distancia solo para tomarse la foto con la bota encima. Buscadores de trofeos. Un fraudulento intento de parecer heroico en lo que hubiera sido una gesta y solo es una constatación de que fracasamos cuando hubiéramos podido sacarlo de la vida pública. No me apena el Cholo, me apena descubrir que hoy tenemos valientes de ocasión, surfistas de malas olas, que hoy callarán lo que saben para contarlo cuando ya no haya nada que hacer. Así no vale. Más carácter tiene ese adolescente que, en las clásicas broncas escolares, respeta una norma fundamental de los caballeros del callejón: no se patea en el suelo.

TAGS RELACIONADOS