En 2002, tres prestigiosos gobernantes abrieron la negociación de un acuerdo comercial entre tres países tan distantes como diferentes. La Primera Ministra de Nueva Zelanda (prestigiosa laborista), el Primer Ministro del eficiente gobierno de Singapur, y el socialista Ricardo Lagos, Presidente de Chile. Se sumó después el Sultán de Brunéi, monarquía islámica de 415,000 habitantes. El tratado conocido como “P 4” (por el número de signatarios) se aplica desde 2006, y ha sido la poderosa semilla del proyecto de Acuerdo de Asociación Transpacífico o Trans Pacific Partnership (TPP).

Como Representante ante la Organización Mundial de Comercio, acompañé a la brillante Ministra Mercedes Aráoz cuando se gestó la decisión de incorporarnos a lo que ahora negocian doce Estados, incluyendo a EE.UU., Japón, México, Canadá, Australia, Malasia y Vietnam. La eficacia de la apertura económica y el libre mercado inspiraron a los pioneros del “P 4”, que está por convertirse en el armazón de lo que puede ser la normativa comercial de la APEC.

Paralelamente, EE.UU. y la Unión Europea -nuestros socios comerciales- ya se han reunido diez veces para negociar el tratado conocido como Asociación Transatlántica de Comercio e Inversión o Transatlantic Trade and Investment Partnership (TTIP). El escollo que atoraba a este acuerdo y al TPP fue superado hace poco, cuando el Congreso estadounidense aprobó la “vía rápida” (que le impide modificar lo negociado por el Ejecutivo); una condición indispensable para garantizar las concesiones pactadas por EE.UU. en cualquier acuerdo.

Es sintomático que las izquierdas de aquí y allá combatan estos importantes esfuerzos internacionales. Pretenden que la reserva propia de la negociación oculta conspiraciones de empresas transnacionales para dañar al pueblo (encareciendo las medicinas, por ejemplo). Ignoran intencionalmente que el comercio es el motor más potente del mercado y, por tanto, de la producción, el consumo, la inversión, las finanzas y la innovación. Temen -con razón- que la prosperidad siga apretando las menguantes expectativas electorales de la izquierda.

Entre tanto, los BRICS han optado por crear bancos inmensos y abiertos a un manejo con objetivos políticos: el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras y el Nuevo Banco de Desarrollo, con sedes en Pekín y Shanghái. A la fuerte mayoría de China en ambos se suma su propio Fondo para financiar infraestructura en la nueva Ruta de la Seda. Impresionante. Pero los proyectos panasiáticos de integración comercial tropiezan con recelos políticos y peligrosos conflictos territoriales (Islas Spratley y Paracelso, entre otros), ahora complicados por el derrumbe bursátil de China, las encubiertas dificultades de su banca y la opacidad de su manejo estatista.

La Cuenca del Pacífico es el espacio económico del futuro, y el TPP llevaría nuestras exportaciones a nuevos mercados asiáticos amparadas en reglas decisivas para el libre comercio. Una negociación que el MINCETUR debe haber manejado con profesionalismo nos protegería de cualquier efecto eventualmente negativo. No permitamos que una perspectiva tan valiosa sea frustrada por el temor y la demagogia típicas de los periodos electorales.