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Hay un grave problema que también tienen en común las regiones del norte del país, y no solo es el inflamado índice de criminalidad. Es un mal de años. Se trata del transporte público, desde las pequeñas Chimbote y Tumbes, hasta ciudades más grandes como Piura, Trujillo, Chiclayo y Cajamarca.

Me refiero al llamado microbús, que se fue reduciendo en tamaño hasta llegar a ser una combi, y el colectivo, muchas veces informal, que ahora es un vehículo a gas que corre con desprecio a la vida y nadie fiscaliza. Ese es nuestro transporte interurbano, con más o menos llantas, pero igual de deficiente y peligroso.

Todavía recuerdo aquellos ómnibus Enatru que nos llevaban a las playas de Huanchaco en el paradero del desaparecido Happy Donkey en Trujillo, la única ciudad del norte del país que cuenta con un sistema de transporte interurbano más o menos ordenado, aunque añejo y terco por no querer reflotar sus unidades vehiculares.

Así también, en mis tiempos de adolescente, la primera vez que me movilicé de Sullana a Piura lo hice en un viejo Dodge, esas burras informales que me llevaron a la capital antes de que los ómnibus y las cúster de Gechisa aparecieran ofreciendo sus servicios al margen de la ley a 2.50 nuevos soles (soles) el pasaje.

De las principales ciudades de Cajamarca, Lambayeque, Tumbes y Chimbote no puedo dar fe si es que alguna vez tuvieron un transporte interurbano decente, y si en vez de taxis se podía tomar un microbús más o menos limpio. Sin embargo, hoy puedo ser testigo de que, en estos tres últimos territorios, además de Piura, no hay ni idea municipal para tener un transporte interurbano oficial.

A pesar de que el transporte interurbano es un buen negocio, ¿por qué no ha habido autoridad edil que haya incentivado a los empresarios a invertir? ¿Será que nos han enseñado a trasladarnos como rebaño? ¿Será que la gente le importa un pepino viajar, precisamente, como gente? No lo sé, pero estamos bien lejos de vivir y movilizarnos como ciudadanos decentes.