La primera conclusión que deriva de las elecciones de ayer en Francia es que sus ciudadanos no quieren los radicalismos y/o ultranacionalismos políticos, cuyos discursos han comenzado a posicionarse internacionalmente. Esta actitud se haría siempre mirando el destino del país. 

Lo anterior salta a la vista cuando, apenas conocidos los resultados del escrutinio de la víspera, dándole la mejor ubicación preliminar al socialista liberal Emmanuel Macron -quedó primero- sobre la ultraderechista Marine Le Pen -quedó segunda-, los mismos que por esas posiciones pasarán a disputar la segunda vuelta en dos semanas, los demás candidatos y una diversidad de políticos influyentes de la clase política francesa no han ocultado que le darán su voto a Macron en la idea central de evitar a cualquier precio que el viejo partido Frente Nacional que lidera la candidata francesa pueda alzarse con la Presidencia. 

Esta suerte de cerrar filas con el todavía treintón Macron volvería a confirmar el escenario político de hace más de una década, cuando el padre de Marine, Jean-Marie, perdió la elección porque los franceses en ese momento, como ahora, no quieren nada de medidas que pudieran dislocar el devenir de la normalidad política del país. La propuesta de Marine para que Francia abandone la Unión Europea, como ya lo hizo el Reino Unido por un referéndum, no es bien vista por la mayoría de franceses. A pesar de que su partido ha tenido una buena performance electoral en las elecciones regionales, las de ayer para disputar la Presidencia parecen mostrar otro mapa en la intención del voto. 

La candidata Marine no ha podido desligarse de la imagen del padre, reconocido radical y extremista de la derecha francesa, tildado de fascista, a pesar de su distancia del mismo para crecer políticamente; ello podría jugar su partido en la segunda vuelta. Salvo un cambio dramático en las perspectivas del país mirando su futuro inmediato, Francia se prepararía para tener a su presidente más joven desde los años 50.