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El presidente de Francia, François Hollande, en medio del comprensible dolor que embarga a su pueblo, que ha sido golpeado de modo inmisericorde por el terrorismo internacional, está decidido a acabar con el Estado Islámico, por lo que ha ordenado emprender nuevos bombardeos sobre posiciones yihadistas en Siria e Iraq. Lo hace como represalia por el reciente ataque extremista en la ciudad costera de Niza, donde murieron 84 personas, y luego de que quedara despejada la duda sobre la autoría del atentado que acaba de reivindicar el EI. En primera instancia, asumir a la decisión militar como único mecanismo de mitigación o de erradicación del terror es un completo error. Primero, porque los ataques anteriores no han resultado efectivos como esperaba la coalición internacional de 41 países que lidera EE.UU. La falta de precisión para distinguir a las posiciones terroristas de la población civil -a pesar de atacar con drones o aviones no tripulados- ha producido incontables bajas de gentes inocentes que no tienen nada que ver con el conflicto armado. Asimismo, este hecho impacta sobre las reglas del Derecho Internacional Humanitario estatuidas en los Convenios de Ginebra de 1949. En segundo lugar, Francia y los demás miembros de la coalición se olvidan que el autor de la masacre de Niza no fue un combatiente activo del EI. Los “lobos solitarios”, es decir, aquellos que no teniendo ninguna vinculación con las organizaciones terroristas y que realizan atentados en adhesión a sus causas, están incrementándose. Los vimos en el ataque a una discoteca en Orlando y ahora en Niza. El asunto de fondo es otro. Para acabar el fundamentalismo extremista se debe trabajar de la mano políticamente con la Liga Árabe y religiosamente con los imanes o jefes del islam, para enseñar y universalizar las grandes verdades de la religión del profeta mayor, Mahoma.