En medio de extremas medidas de seguridad por los recientes atentados terroristas contra dos iglesias cristianas coptas en Egipto, el papa Francisco fue claro en su mensaje en El Cairo: jamás la violencia puede ser invocada en nombre de Dios. Pero eso debemos explicarlo. Dios no es un Dios que cree que la violencia santifica o salva. Nada de eso. La violencia es la negación de Dios, porque Dios es amor y el amor es la expresión de la gracia divina a los hombres, lo que se traduce en perdón. Nunca jamás podrá haber cuotas de gracia a los hombres que estén sustentadas en la violencia. Jesús de Nazaret fue el primer revolucionario del mundo contra la violencia. 

Cuando ante el Sanedrín, el carpintero dejó atónitos a los maestros de la ley que jamás lo entendieron o se hicieron los que no. A ellos, como a los que lo seguían por los lugares por donde predicaba, les dijo: “Si te dan una bofetada en una mejilla, entonces da la otra”. No dijo que había que reaccionar utilizando la fuerza, o que justificaba la legítima defensa que aquí tuvo otra connotación. La actitud de Jesús explica por qué, además, los judíos que conspiraban contra Roma cuando Judea fue dominada por el Imperio y convertida en provincia romana, esperaban del predicador mostrarse como el gran líder que pudiera llevarlos a la liberación de la opresión de los poderosos romanos. 

Francisco en El Cairo interpreta, con su autoridad de Santo Padre, el mensaje del Evangelio sobre la no violencia y de paso le da una dimensión ecuménica al recordar que se trata de una enseñanza para todos los credos en el mundo, sin distinción. Pero también es verdad que Francisco fue directo y lo dijo para los creyentes del Islam, de cuyo seno han surgido porciones radicales que han desnaturalizado la religión de Mahoma, pregonando que, por medio del uso de la violencia, se puede alcanzar la gracia de Dios.