Para la historia nacional de la infamia quedará siempre la actitud matonesca que algunos fujiconversos detentan en la arena pública. Ciertamente, el fujimorismo, que fue mayoría durante una década, generó su propia red de satélites humanos, un grupo que, sin proclamarse del régimen, abrazó su teoría y medró con su práctica. Esta amplia red de mayordomos del poder se incrustó en lo más hondo de la República aprendiendo a convivir con el fujimorismo sin ruborizarse ante sus excesos. Hoy, los antiguos becarios del fujimorismo, los viejos gerentes del régimen, se rasgan las vestiduras clamando una supuesta pureza angelical.

Es propio de la naturaleza humana contemplar cómo falla la voluntad y de qué manera la inteligencia intenta justificar los errores propios señalando los ajenos. Por eso, no sorprende en absoluto la multiplicación de la tribu de los fujiconversos, antiguos servidores del fujimorismo, empleados, ideólogos, abogados, periodistas, cultores de todas las disciplinas, que hace unos lustros pregonaban a diestra y siniestra las bondades del modelo cobrando en soles, dólares o cheques el premio a su hoy trastocada lealtad. Ese antiguo ardor hoy se ha tornado en odio manifiesto y semejante conversión sauliana genera personajes variopintos que se atreven a encaramarse en el púlpito de la decencia para señalar los anatemas de la moral nacional.

¡Falsos valores! En vez de hundirse en la vergüenza por su servilismo comprobado, en lugar de ocultarse en el anonimato de la vida privada, los fujiconversos quieren hacernos creer que no trabajaron para quien trabajaron y que no cobraron lo que gastaron. Hipócritas. Sepulcros blanqueados. Mientras ellos desplieguen su voz poderosa, mientras ellos alardeen revolcándose en su fariseísmo, este país seguirá siendo la capital de un mundo al revés.