El hecho de que Perú esté en zona de clasificación directa al Mundial de Rusia 2018 tiene como principal responsable a Ricardo Gareca. El técnico de la selección hoy nos coloca en similar escenario de expectativa al que nos llevó Juan Carlos Oblitas hace veinte años y se pone a sí mismo en la increíble posibilidad de clasificar al país al que privó de ir a un Mundial, cuando de sus pies vino el gol del empate argentino casi al final del inolvidable partido en Buenos Aires de 1985.

No puedo imaginar el entresijo de emociones que colman, por estos días, el corazón y el cerebro de Gareca. El destino lo ha puesto ante la ineludible encrucijada de consagrar su más grande triunfo profesional -y de pasar a la categoría de ídolo histórico para los peruanos- a costa de confrontar -y posiblemente eliminar- al país donde nació y por el cual un día se puso su camiseta sobre el pecho. Pero de lo que no me cabe duda es de dos cosas: que actuará con total profesionalismo y entrega, y que varios ya deberían ir pidiéndole perdón.

Hay que destacar el trabajo del “Tigre”, porque el hincha es muy malagradecido aquí, olvidadizo y hasta arrogante. Algunos ya están sacando pasaje a Moscú, azuzados por cierto periodismo, cuando en realidad seguimos lejos. Gareca hizo mucho con poco. Hizo equipo, no ídolos. No dudó en el recambio. Y ahí está su mérito y su talento. Pero nuestra realidad no ha cambiado. Nuestro fútbol tiene mucho por mejorar. Veamos a nuestros clubes en las copas internacionales. Miremos nuestro campeonato local. Y hay que recordar que tenemos que superar todavía a dos de las mejores selecciones del mundo. Por eso, no perdamos la perspectiva. Pongamos al tope la ilusión, pero no pisemos nubes. Más allá de lo que venga, lo realizado por ese argentino, quien nos está haciendo vivir increíble estos días, merece decirle -desde el fondo del alma- “gracias”. Gracias, Gareca.