El primer ministro Alexis Tsipras, quien llegó al poder en Grecia en enero de este año prometiendo airadamente solucionar la crisis financiera del país bajo la fórmula “negociación con dignidad”, y contando para ello con el respaldo de una coalición liderada por el partido izquierdista Syriza, ha renunciado. A pesar de que en las últimas semanas, luego de intensas reuniones de ajuste y desajuste en que Tsipras logró cerrar un acuerdo con la Eurozona para allanar el camino de un rescate que los acreedores asintieron en la idea de que Atenas merecía una nueva oportunidad y recibiendo recientemente el primer monto de la ayuda, unos 26,000 millones de dólares para el pago de sus deudas más urgentes -con el Banco Central Europeo y el FMI-, ha decidido dar un paso al costado. Tsipras, que obtuvo un resultado realista y conveniente para su país en el marco de una compleja negociación con los acreedores, no logró que sus resultados fueran reconocidos y mucho menos comprendidos en el frente interno. Su debilitamiento político en el Parlamento, donde se quedó en minoría, apresuró su alejamiento. El joven líder helénico ha sentido que ya no podía manejar la crisis política y sobre todo dejó de percibir el respaldo necesario para afrontar un duro programa de recuperación económica. Así, pues, deslegitimado, decidió irse. Corolario: Una cosa fue el mensaje del candidato retador y efervescente a los acreedores europeos e internacionales que la población miró con buenos ojos, y otra el mismo personaje en el cargo de primer ministro, en la cancha de la realidad.

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