Ecuador tiene una oportunidad magnífica para terminar con el yugo populista de Rafael Correa. El Mashi, un autócrata de manual, ha mantenido sobornados a los ecuatorianos durante diez años desarrollando una extensa red clientelista en la que el Estado ha despilfarrado la bonanza del petróleo. Sin continuidad ni realismo, la revolución ciudadana de Correa ha sido otra gran oportunidad perdida para Ecuador, un cuadro trágico que se repite una y otra vez en la historia de Latinoamérica.

Guillermo Lasso tiene ante sí su hora histórica. Lentamente, la molicie populista cede paso al sentido común y el títere de Correa, Lenin Moreno, se despinta ante la evidencia de la autocracia correísta. Porque nadie con dos dedos de frente es capaz de defender la herencia de Correa. Amigo del tirano de Caracas, Hugo Chávez, y solícito defensor de los dinosaurios de La Habana, Rafael Correa ha sido el más inteligente de los chavistas hasta el momento. Gobernó Ecuador como su feudo privado criminalizando a la oposición. Esta astuta zarigüeya, encarnación del cesarismo burocrático, dio rienda suelta a sus espasmos autoritarios y a su incontenible hambre de poder. La destrucción de las instituciones ecuatorianas lleva su firma revolucionaria.

Y la persecución a la prensa libre, también. Correa creó un imperio mediático que responde a su voluntad. Más de cuarenta medios se dedican a promover día y noche los dogmas profanos de su “revolución”. El falso demócrata Correa no ha dudado en llamar a los periodistas de oposición “mafiosos”, “miserias humanas”, “bestias salvajes”, “racistas” y “corruptos”. Esta joyita ha sido un aliado firme de los Humala. Y es el verdadero enemigo que Guillermo Lasso tiene que derrotar. 

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