Hace poco escuchaba en la radio que la tarea de eliminar el abuso físico y sicológico contra la mujer está incompleta hasta en el papel. Es verdad. La razón es que solo se enseña a las mujeres a no dejarse atacar, pero a la sociedad no se le adiestra para que los hombrecitos no golpeen ni agredan.

Sucede que pese a la fuerza con que los colectivos luchan para reducir las agresiones a las mujeres, este mal nunca se minimizará -o erradicará si vivimos en el país de las maravillas- si solo se enfoca la solución empoderando a la mujer frente al abuso de la pareja. Claro, le damos más alternativas de defensa, pero después del moretón.

Considero que la gran responsabilidad está en los padres y las madres de la familia y el Estado. Los primeros por ser los formadores de nuestra sociedad, quienes tienen la obligación de moldear a gente de bien -o al menos intentar hacerlo-; mientras la institución debe proteger y orientar a que cumplan con esto.

Entiendo que los colectivos, muchos en redes sociales, instan a las mujeres no someterse a sus agresores, alejarse si reciben maltratos, denunciar y no quedarse calladas. Sin embargo, falta un tipo de comunicación que inserte en el problema a los hombres y mujeres en casa, a formar a niños sin complejos del típico #machoperuanoqueserespeta. Por ahí va la cosa.

Creer que con leyes más severas habrá mujeres menos maltratadas es conformarse con que las mismas sigan siendo asesinadas en cuerpo y alma y que los hombres adopten nuevos mecanismos de ataque para pasar desapercibidos. Con algunas excepciones positivas, hombre que golpea es difícil que cambie.

A ver, gente, ¿creen que aplicando la pena de muerte a los delincuentes se reduciría la tasa de inseguridad ciudadana o habría más ejecuciones? Pasa lo mismo con los abusadores. Debemos cambiarle el chip a las nuevas familias para que eduquen a mejores personas, sino seguiremos hablando de que en nuestro querido país es donde más violaciones contra mujeres se producen en Latinoamérica.