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En medio de la ola mediática que levantó hace una semana la denuncia periodística contra el hoy ex secretario general de Fuerza Popular, Joaquín Ramírez, casi pasó desapercibido un hecho que constituye una vergüenza para el gobierno del presidente Ollanta Humala: la confirmación de la entrega del Gran Collar de la Orden El Sol del Perú, el máximo reconocimiento que entrega el Estado, a los tiranos Fidel y Raúl Castro, los “dueños” de Cuba y los cubanos.

Fue la propia canciller Ana María Sánchez quien a su salida del Congreso confirmó que nuestro país, por disposición expresa del presidente Humala, hizo el reconocimiento a dos personajes -junto a otros tres aún no identificados- que son el símbolo de la tiranía, la dictadura, la intolerancia, el desastre económico y todo aquello que se opone a la democracia, la cual debe prevalecer pese a los siempre perfectibles defectos que pueda tener.

La brillante explicación dada por la canciller ha sido que el mandatario peruano tuvo tal “deferencia” con los eternos dictadores en virtud del apoyo material que dieron al Perú tras los terremotos de los años… ¡70 y 74! Sí, nos han dicho a los peruanos que se trata de un “agradecimiento” por una acción de Cuba adoptada 46 años antes, época en que, claro, los Castro, como buenos tiranos, ya eran los todopoderosos en la sufrida isla que no sabe lo que son elecciones verdaderas.

Y a todo esto, habría que ver si el presidente del Consejo de Ministros, Pedro Cateriano, aquel que entró a este gobierno con impecables credenciales democráticas y criticando duramente al fujimorato, ha hecho al menos un gesto de asco ante la condecoración de Humala a dos personajes lamentables que, en comparación, bien podrían dejar a Alberto Fujimori y los excesos de su gobierno como un inocente y cándido bebé de pecho.

El presidente Humala y su gobierno tuvieron suerte del revuelo electoral en momentos en que su canciller salía a dar la cara por la condecoración a los dictadores de Cuba, algo que jamás debió hacer un presidente democrático que ya en el poder, o pocas semanas antes de asumirlo, parecía haber dejado de lado su corazoncito cercano a Hugo Chávez, los Castro y otros tiranos de la región que hace tiempo deberían estar en sus cuarteles de invierno o tras las rejas.