Hace poco, el expresidente de Costa Rica y Premio Nobel de la Paz, Óscar Arias, se quejó de la “indiferencia absoluta” de los gobiernos latinoamericanos ante los graves sucesos en Venezuela. “Los presidentes deben presionar a Nicolás Maduro para que libere a los presos políticos, termine con la represión y se siente a dialogar con sus adversarios políticos”, dijo. Nadie se unió a esta invocación democrática.

Por estos días, las esposas del alcalde de Caracas, Antonio Ledezma, y del dirigente opositor Leopoldo López, ambos presos, estuvieron en Lima participando en el foro Venezuela y los Derechos Humanos, organizado por el Congreso.

El objetivo de ellas era reunirse con el presidente Ollanta Humala para que escuche una “versión distinta” a la de Maduro, el sucesor de Hugo Chávez, quien se quedó con un montón de poder que no sabe manejar y que sumió a su país en una crisis política, económica y social.

Motiva desconcierto que el jefe de Estado no haya recibido a las señoras. Es evidente que no se espera de él una sola crítica al Gobierno venezolano, pero hubiera sido alentador que se sentara a escuchar a las damas.

Venezuela se empobrece y se convierte en un país errático. El Estado insaciable, el despilfarro, la corrupción y la impunidad lo han llevado al despeñadero. Felizmente, hay hombres y mujeres valientes que se involucran seriamente para salir de esta realidad y que este impresionante país recobre la esperanza. Lo lamentable es que afronten esta lucha sin el apoyo de los gobiernos democráticos de Latinoamérica.