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Uno. El romanticismo político es vástago del voluntarismo ideológico. Este romanticismo ha creado una visión distorsionada sobre el equilibrio de poderes en el Perú. Cuando el Gobierno inició su andadura, los caviares le dijeron a Kuczynski: la calle y los gobiernos regionales te ayudarán en contra de Fuerza Popular. Hoy sabemos que esta visión romántica ha provocado los tempranos tropiezos del Presidente. El pueblo da la espalda al Ejecutivo y esta tendencia será difícil de revertir. Y los gobiernos regionales son lobos con piel de cordero. Hoy apoyan lo que mañana denuncian. Kuczynski, en cambio, es un cordero con piel de cordero. Por eso, un ministerio de las regiones, el sueño de Vizcarra, solo creará más burocracia y corrupción. El romanticismo político se cura como todo afán teorizante: con la vacuna de la realidad. Y la realidad es clara. Estamos ante un escenario de simetría de poder. Es más fácil construir hegemonía desde un Congreso austero y prudente. Es difícil liderar el país con un Ejecutivo que avanza un paso para retroceder dos. PPK debe meditar profundamente sobre sus aliados.

Dos. Se engañan los que piensan que el monopolio de la mentira caerá por sus contradicciones internas. Las contradicciones de los medios se arreglan en pantalla lobotomizando a la población. Por eso, hay que denunciar al cártel que pervierte la verdad pretendiendo hacer pasar como talento a la más gris mediocridad. Regenerar los medios es una de las grandes batallas de nuestro tiempo.

Tres. Inocente es quien considera que la civilización del espectáculo, producto del relativismo liberal, puede ser combatida sin apelar al absoluto.

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