Sin preámbulos: un comerciante fue acribillado en un restaurante, un joven es baleado al salir de una fiesta, un muchacho dispara a dos señores y a un niño en medio de un asalto, falsos pasajeros matan a un taxista y esconden el cadáver en la maletera, una joven y su amiga son asaltadas y golpeadas a mansalva luego de subir a un colectivo, un sujeto estrangula a una abogada y un obrero ahoga, en el río, a una mujer. Son hechos ocurridos en los últimos días en Huancayo, Tarma, Ayacucho y Huánuco.

Tal vez otra persona sea asesinada en el centro del país mientras se escriben estas líneas. Sin embargo, las autoridades no parecen enteradas. Su silencio es una forma de asentir, de aceptar, de tomar como normal algo monstruoso. Es lamentable que el ritmo de los que tienen que crear planes de acción y estrategias para la lucha frontal contra la inseguridad lo marquen personas que, como decía Voltaire para definir el pensamiento positivo, tienen la manía de seguir pensando que todo está bien cuando las cosas van mal.

El gobierno central, los gobiernos regionales y locales ofrecieron solucionar el problema de la inseguridad ciudadana y los crímenes crecen como una bola de nieve. Es evidente que, fruto de ello, todos los sondeos pongan en primer lugar la violencia en las calles como el principal problema del país y se cuestione al presidente Pedro Pablo Kuczynski por no solucionar este tema.

Es cierto, la sociedad es más violenta que antes; sin embargo, si ante la muerte brutal de una persona en las calles no hay indignación, si sus derechos son soslayados, la sociedad entra en una pendiente muy peligrosa. Es asunto de plantear soluciones y actuar.