Roger Moore ha partido a los 89 años. Fue el segundo James Bond -antes lo fue Sean Connery y después Timothy Dalton- que deleitó a la saga del cine universal. Los guiones de Ian Fleming, el autor de las novelas de James Bond, tuvieron el inmejorable contexto de la Guerra Fría, aquella etapa de las Relaciones Internacionales que corresponde al final de la Segunda Guerra Mundial (1945) y va hasta la caída del Muro de Berlín (1989). 

Sus actuaciones como el famoso agente 007 -va de 1973 hasta 1985- llevaron a la pantalla grande, y en pleno mundo bipolar, el quehacer del espionaje y el secretismo como regla que caracterizó a la referida Guerra Fría. EE.UU. y la entonces Unión Soviética, que produjeron espías en grandes cantidades, marcaron el protagonismo de la sociedad internacional por cerca de 50 años, en una relación de rivalidades horizontales insostenibles pero digeribles como superpotencias, pues ni uno ni otro Estado se enfrentaron militarmente en ese medio siglo. Los demás lo hicieron por ellos y el mundo fue dividido entre el Occidente capitalista y el Oriente comunista y sus febriles y obsesionadas manifestaciones de competir todo el tiempo. Toda la trama de las aventuras que pasa James Bond se mueve en este escenario histórico. 

Los cines yacían repletos por ver sus actuaciones con derroche de elegancia. El James Bond de Moore jamás dejó la corbata, que fue el signo distintivo de su actuación. Los espías de verdad hasta querían emularlo. Nadie como los rusos de aquel momento para admirar las hazañas del también Simon Templar de la serie inglesa El Santo, aunque el personaje terminaba liquidando al rival histórico de siempre. James Bond fue evidentemente el personaje para emular. Larga la discusión para determinar quién fue el mejor James Bond. Sean Connery fue espectacular en su actuación y Moore deleitó por su sobrada elegancia. Sin discusión, Dalton, ubicado gradas más abajo. Todo a su tiempo, el espía de hoy, que los hay, ya no impacta en las tramas del mundo globalizado.