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Kenji Fujimori ha expresado hace unos días su deseo de postular a la Presidencia de la República en el año 2021 si su hermana no gana las elecciones en esta ocasión. Su declaración vía Twitter es legítima. Pueden ser expresiones inoportunas, pero Kenji tiene todo el derecho de postular en esas circunstancias si así lo quiere, y nadie podría impedírselo.

Keiko ha dicho en respuesta que en el partido fujimorista “no hay espacio para posiciones personalistas y que así lo deben entender quienes quieran mantenerse en ese partido”. En otras palabras, le ha dicho: aquí mando yo, pórtate bien o vete de mi partido. Algo similar y con estilo bastante autoritario ocurrió cuando decidió que algunas de las figuras históricas del fujimorismo, como Martha Chávez o Luisa María Cuculiza, no postulasen al Congreso.

Resulta paradójico que Keiko señale que en su partido no hay espacio para posiciones personalistas cuando el símbolo del mismo es una “K” y ella es una Fujimori que lo decide todo. Keiko parece soslayar el hecho de que ella ha heredado la mayor parte del capital político de su padre por las cosas positivas que se produjeron en esos 10 años de gobierno de Alberto Fujimori. Ella está usufructuando ese capital político, y su hermano Kenji tiene exactamente los mismos derechos que ella para reivindicar esa obra. Su futuro dependerá de lo que ellos hagan en el presente y no tanto de lo que han heredado de su padre.

El legado político de Alberto Fujimori hoy es disputado públicamente por sus hijos Keiko y Kenji. Si en vez de pelear por él unen sus esfuerzos y trabajan de forma colaborativa, podrían llegar al Poder Ejecutivo. Si el pleito prevalece y adoptan posiciones de intransigencia y confrontación, los dos pueden resultar perjudicados.