La ciudadanía y sus jueces

Los ciudadanos tenemos los ojos puestos sobre nuestros políticos del Ejecutivo y Legislativo. Sin embargo, en nuestro Estado, hay un poder al que nunca le pedimos las cuentas claras. Mejor dicho, no encontramos la forma de hacerlo. El Poder Judicial. Por eso, tras la liberación de supuestos miembros de una banda delincuencial a manos de un juez de Huara, quedamos como unos estropajos.

Nuestro sistema no permite que los pobladores saquen y pongan jueces (malos y buenos), a quienes tampoco se les elige mediante el voto popular. Son las reglas del juego republicano. Por tal razón, ciudadano de pacotilla, no eres nadie para cuestionar un fallo judicial aberrante. Quéjalo nomás, y si tienes suerte en un par de años el Órgano de Control de la Magistratura (OCMA), conformado por vocales, emitirá su fallo entre gallos y medianoches.

No obstante, hay un tribunal conformado por la ciudadanía desde sus hogares, donde hasta emiten fallos más criteriosos que los mismos magistrados, sentencian a penas más ejemplares que esas salas resbalosas, absuelven a quienes ofenden en el banquillo de los acusados y hasta revocan fallos inverosímiles como el de Felipe Ismael Orozco Huayanay, de la Corte Superior de Justicia de Huaura.

Valgan verdades, soltar a toda una banda -así sea uno- es un golpe anímico no solo para las autoridades policiales y fiscales que hacen el esfuerzo por reducir el índice de criminalidad, sino también para los ciudadanos que ven cómo sus verdugos gozan de más credibilidad que ellos mismos. Estamos en el Perú y solo falta que estos presuntos maleantes demanden al Estado por maltrato y saquen una buena reparación civil para mejorar sus honras con olor a callejón.

A todo esto, ¿qué está haciendo el Consejo Nacional de la Magistratura, ente encargado de evaluar la ratificación de los jueces? En esta institución, supuestamente, tiene participación la ciudadanía (representante de los colegios profesionales, colegio de abogados, universidades públicas y privadas), además del Poder Judicial. ¿En realidad merecemos esta clase de jueces?