Cuando en enero de este año Correo destapó los ilegales seguimientos y el armado de expedientes que hacía la Dirección Nacional de Inteligencia (DINI), lo cual semanas después motivó la caída de la premier Ana Jara por su responsabilidad política en el tema, la sesuda y alturada respuesta del humalismo fue culpar al Apra porque en uno de los videos hechos por los agentes del Estado aparecía Jorge del Castillo. Claro, luego apareció más material y hasta Daniel Abugattás se quedó callado.

Incluso en un primer momento aseguraron que este diario se había coludido con los apristas para “armar” la historia del seguimiento y los expedientes de la DINI. Como siempre la culpa era de otros, no de ellos que trabajan siempre de la mano con la “honestidad”. Luego salieron con el cuento de que los videos mostrados habían sido hechos por empresas privadas de seguridad, algo que fue repetido una y otra vez por el presidente Ollanta Humala.

Pasaron los meses y la primera dama Nadine Heredia hizo público en el Congreso un rumor o chisme de muy mal gusto que se comentaba desde hacía más de dos años en círculos políticos y periodísticos respecto a Rodrigo Arosemena. De inmediato, también culparon a los apristas de estar detrás, tal como sucede ahora con la aparición de las famosas agendas donde se consignan millonarias anotaciones al lado de palabras como “cajas” y (¿maletas?) “Crepier”.

No voy a defender a los apristas que, además, saben muy bien defenderse solos. A lo que voy es que llama la atención la obsesión que tiene el humalismo por culpar de todos sus males, en lugar de admitir y adoptar medidas correctivas, a la oposición y en concreto al Apra, como si Alan García, Jorge del Castillo y compañía hubieran consignado esas millonarias cifras en cuadernos que la defensa legal de la señora Heredia no se pone de acuerdo en rechazar o aceptar como propios.

Mal hace la señora Heredia en usar el ataque como herramienta de defensa. Es evidente que hay que investigar la inmundicia de los “narcoindultos” hasta el nivel que haya que llegar, pero eso no hace que el tema de las agendas sea dejado de lado. No se tira suciedad a otros para ocultar la propia. Ese es un recurso ni siquiera politiquero, sino bastante infantil que ningún peruano podría tomar en serio, salvo los ayayeros que nunca faltan.