En los últimos días se ha producido un fuego cruzado entre el nacionalismo y el aprismo, en que el tema en discusión no ha sido la política económica o social del gobierno de turno, sino la relación que tienen o han tenido ambos partidos con el narcotráfico.

Este panorama político convulsionado, previo a las elecciones del 2016, genera desconfianza de los agentes económicos. En una encuesta a gerentes generales en el Perú, publicada en una revista económica, sale a la luz que uno de los riesgos políticos que preocupan más es el deterioro en el ambiente de negocios por la coyuntura preelectoral.

La agresividad en esta campaña toma como teatro de operaciones todos los espacios y, por eso, tiene más resonancia. Si la confianza para invertir cayó en los años electorales del 2006 y 2011, todo hace suponer que en los próximos meses, con los discursos furiosos de los candidatos presidenciales, nuestra economía no crecerá de acuerdo con las expectativas. Y ya se sabe que cuando estos índices bajen, lo único que subirá es la preocupación y la desazón de la gente.

Está claro que las acusaciones de todo calibre serán recurrentes en los próximos meses. Lo peligroso es que el tema de agenda sea la vinculación de los candidatos con el narcotráfico. Este flagelo es un elemento de contaminación muy fuerte, que no solo afecta la credibilidad de los políticos sino, fundamentalmente, la confianza de los mercados.

Cuesta decirlo pero, por ahora, el corto plazo de la mediocridad y de los intereses subalternos le está ganando al largo plazo del valor, la docencia y los resultados a favor de los peruanos.