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Lo que sucede en Venezuela es delicado. El gobierno de Nicolás Maduro suspendió el proceso revocatorio en su contra y generó otro estallido social en el hermano país. La decisión del jefe de Estado venezolano expresa su autoritarismo, algo que la alianza opositora Mesa de la Unidad Democrática (MUD) no está dispuesta a aceptar más.

La bravuconería y las amenazas de Maduro ya no amedrentan a la gran cantidad de venezolanos que quieren su salida del poder. El punto de vista del presidente venezolano está ligado al dogma y a la verdad sagrada del “chavismo”, a esa intolerancia que ha llevado a la crisis a un país con grandes recursos naturales. Es innegable la situación precaria que atraviesa Venezuela. Ejemplos sobran: pobreza, una inflación que consume a todos (80% de los ciudadanos no puede pagar sus alimentos ni medicinas), racionamiento de agua y luz, así como largas colas para comprar cualquier tipo de productos (gente que se pelea hasta por cebollas y huevos). La gente no resiste más esta situación. Por ello, miles han salido a las calles para exigir un cambio de gobierno. “Continuemos con esta desobediencia cívica. La destitución de Nicolás Maduro es el inicio de un gobierno de unidad nacional”, dicen los opositores. Ante el clamor popular, la Asamblea Nacional declarará el abandono del cargo de Maduro la próxima semana y el 3 de noviembre irá hasta el Palacio de Gobierno para “notificarle”.

El gobierno de Venezuela es la clara muestra de cómo se maneja un país de espaldas a las necesidades del pueblo. Esto debe cambiar.

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