Esta semana el Congreso inició lo que parece ser el tramo final de su descomposición moral al blindar por voto dirimente al congresista nacionalista Jhon Reynaga, pese a las contundentes pruebas que sustentara el aún presidente de la Comisión de Ética en su contra.

Presionados por la opinión pública, pusieron a debate el primero de los seis informes pendientes desde hace meses de la Comisión de Ética -que atañen casi todos a congresistas gobiernistas- y que se refería al caso del referido congresista, cuya única contribución en estos años, en los que por el azar de los votos terminó ocupando un escaño, fue obligar a todo su personal, incluidos los policías de su seguridad, a tramitar ante el Poder Ejecutivo prebendas para su empresa constructora, que lleva su apellido.

En la lista de acusados pendientes se encuentran nada menos que los congresistas Benítez y Crisólogo, incondicionales empleados de César Álvarez en Áncash, protagonistas de primera línea del caso “La Centralita” y encargados de tapar los asesinatos que los sicarios de la organización que encabezaba el expresidente regional cometían a raudales. Contra ellos no solo hay informes de Ética sino pedido expreso del Poder Judicial para levantarles su inmunidad, los que también se encuentran encarpetados por el nacionalismo.

En todos los años que llevo en el Congreso, escuché siempre que en él habitaba lo peor del alma nacional. Pero hoy lo que sucede me evoca más bien las palabras de González Prada sobre el Congreso de 1914: “Cloaca máxima de Tarquino, adonde van a reposar todos los albañales de la República”. ¡Y han pasado nada menos que 100 años!