La falta de liderazgo que se le imputa desde todos los frentes a Ollanta Humala no solo incluye su gestión como Presidente de la República -a menos de un año para que concluya- sino también su papel de mandamás del Partido Nacionalista, cargo que entre tanto delegó en su empoderada esposa Nadine Heredia.

El Humala que cuando candidato ofrecía su palabra de que acabaría con los problemas del país y, además, se amparaba en su trajín como miembro del Ejército para asegurar una lucha frontal contra la delincuencia común y el crimen organizado, solo quedará como un amago que la historia se encargará de poner en su debido lugar.

El consenso no le perdona que haya bifurcado el mandato presidencial y permitido que la Primera Dama, fuera de los linderos constitucionales, acceda a decisiones como imponer la agenda del Ejecutivo, dar luz verde a unos ministros y sacar a otros. El rótulo de “pareja presidencial” ya está en el imaginario colectivo, pero quiebra el orden funcional.

Y a nivel partidario, las cosas también se le han ido de las manos. Por ejemplo, empezó con una bancada de 47 congresistas y, a la fecha, han alzado vuelo 16, y ahora apenas suma 31 legisladores. La consecuencia lógica de esta estampida nacionalista es que el oficialismo perdió poder en el Congreso de la República y ahora la Mesa Directiva se encuentra en manos de la oposición.

Si bien Nadine está al frente del PN, él jamás alzó la voz para poner orden entre parlamentarios tan disímiles como Ana Jara, Abugattás, Chehade, Gamarra, Otárola, Isla, Gutiérrez, etc. Más bien dejó que se postergue a Marisol Espinoza y hoy debería estar lamentándolo, ya que ella pudo solucionarle varios de los problemas surgidos.