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Hacemos un breve recuento de los principales acontecimientos producidos durante esta campaña electoral: comenzamos por las denuncias contra César Acuña, y seguimos con la inhabilitación de Julio Guzmán, el repunte de Alfredo Barnechea, el repunte también de Verónika Mendoza, las denuncias contra Joaquín Ramírez y los audios de José Chlimper. Si todo esto lo complementamos además con las múltiples marchas antifujimoristas, creemos que este ha sido un complejo, ajetreado pero sobre todo muy polarizado proceso electoral, en el que lamentablemente parece haberse desgastado mucho la relación entre los partidos y los actores políticos. Las posibles consecuencias de esto son que las organizaciones y actores políticos busquen arreglar y negociar sus rencillas -lo que complicará la gobernabilidad inmediata-, pero lo más grave es que desvían la atención de aquellos temas que realmente le importan a la población: seguridad ciudadana, educación, salud y transporte, por citar los principales. Un factor que complica aún más el panorama es la proyección de crecimiento económico mundial y las estimaciones de precios de los commodities para los próximos años -tendencias que parecen no ser favorables para la economía de nuestro país.

Sin embargo, dentro de lo complejo de la situación, creemos que hay factores positivos. Uno de ellos es la coincidencia en muchos de los temas prioritarios para el desarrollo de nuestro país, los que están plasmados en los planes de gobierno de ambas agrupaciones políticas. Quien vaya a ser elegido presidente en las próximas horas y tenga el mandato de dirigir el país tiene la posibilidad de dejar de lado todo lo negativo de la campaña electoral, de seleccionar las mejores propuestas y convocar a los mejores equipos en aquellos temas donde existan consensos y con ello avanzar en la implementación de las acciones que alivien los problemas que reclama la ciudadanía. Una actitud así solo puede consolidar el liderazgo del presidente y (con algo de suerte) lograr el apoyo de todos los partidos en los temas prioritarios.

Cualquiera que tenga el deseo y la oportunidad de gobernar tiene la obligación de priorizar las necesidades de la población por encima de los objetivos partidarios y sobre todo por encima de las rencillas partidarias y personales. Posiblemente esta sea la única oportunidad para dejar de lado los triunfalismos y los egos y abrir un diálogo que nos permita tomar rápidamente el rumbo del crecimiento sostenible. Las actitudes que veamos en las próximas horas serán decisivas.

Guardo el deseo, tal vez naif, de que quien nos gobierne priorice el bien común.