En la semana que acaba de culminar vimos cómo los jefes de Estado y de gobierno y otros representantes de las naciones del mundo se reunieron en la sede de la ONU en Nueva York -como cada año-, para celebrar la denominada Asamblea General. Lo hicieron para exponer sus posiciones sobre asuntos de interés que deben ser conocidos por toda la comunidad internacional. La Asamblea General (AG), entonces, es la expresión más horizontal de la organización planetaria surgida al final de la Segunda Guerra Mundial, en 1945. ¿Pero qué significa que sea horizontal? Al sesionar la AG, ningún país que participa en ella es más importante que el otro; es decir, no existen jerarquías. De tal manera, EE.UU. jurídicamente es igual a Somalia; con lo cual, por ejemplo, cuando hay votaciones en el seno del foro, el de EE.UU. no vale más ni menos que el de Somalia, y esa dinámica confirma la fuerza de la única igualdad que existe en el sistema internacional: la jurídica, que se convierte en una pétrea garantía en el globo. En la AG de la ONU todos los Estados se expresan a sus anchas. Por eso el presidente de Irán y el canciller de Corea del Norte fueron indesmayables en arengas contra EE.UU. y el presidente Trump no se quedó atrás. Lo hicieron sin temores a eventuales sanciones, porque en la ONU no hay Estados superiores ni Estados inferiores; además, todos tienen soberanía -cualidad intrínseca y exclusiva de los Estados-, por lo que la de EE.UU. no es más importante que la somalí. Ahora bien, en la ONU no existe una autoridad central, como sí sucede en el derecho interno. ¿Alguien conoce al presidente del planeta Tierra? No existe, porque ningún presidente o Estado es más que los demás jurídicamente. Pero no nos hagamos ilusiones, pues en los demás campos de las relaciones internacionales no existe la mentada igualdad, ya que los Estados no lo son en términos políticos, económicos, militares, culturales, etc. Jamás Somalia, que es un Estado fallido (ingobernable), será igual a EE.UU., la superpotencia. Así funciona el mundo.